Renacer BA | El duelo no es una enfermedad

"El duelo no es una enfermedad" Charla Carmen Zorzoli

Hola, mi nombre es Carmen y estoy aquí representando a Renacer Buenos Aires.
Es un honor y enorme compromiso para mí hablar ante ustedes y a la vez es una oportunidad, para contarles lo que aprendí y lo que enseña Renacer en su tarea grupal.
Llegué a Renacer a los nueve 9 meses de la muerte de mi hija María José y éste año el 9 de junio se han cumplido 22 años de su fallecimiento.
Me quedé en el grupo decidiendo en forma personal que era el mejor lugar donde podía seguir hablando de ella y que los demás no intentaran callarme, los demás implicaba familiares, amigos, conocidos que no sabiendo que hacer ante su propio dolor, pretendían erróneamente que no hablara del tema para quizás no sufrir más; era y es por cierto el mejor lugar donde podía homenajearla semana a semana y donde podía ayudar a mamás y papás que llegaban como había llegado yo.
Aquí aprendí, como en una lámina didáctica, qué cosas no queremos que los demás digan o hagan y qué cosas sí queremos.
Nos sirve que nos escuchen cuando queremos hablar de nuestros hijos, que no intenten cambiar de conversación, que los recuerden en sus fechas tristes y en sus fechas felices, que lo compartan con nosotros, que respeten nuestros silencios (a veces son reflexivos), que acepten nuestros tiempos.
No nos sirve que nos digan que era un “designio de Dios”, que era un “angelito”, que no hablen de ellos en nuestra presencia (no fueron una fantasía en nuestra vida).
Nos sirve que nos acompañen en forma incondicional, no nos sirve cuando nos dicen “llamame si necesitás algo”: esa llamada nunca llegará…
Cuando perdemos un bebé, aún desde la panza, no nos sirve que minimicen nuestro dolor, ese bebé fue gestado con amor y estaban puestas en él todas nuestras expectativas. No nos sirve que nos digan “ya tendrás otros hijos…”
Y si los tenemos, no queremos que nos digan “pensá en tus hijos...”.

El duelo no es una enfermedad. Nos duele el alma y no podemos hacer nada por evitarlo. Como se dice comúnmente “hay que sufrir para dejar de sufrir”.

En una primera etapa se siente como una opresión permanente, constante y desgarradora. Sentimos que el corazón nos va a estallar y que un huracán atravesó nuestras vidas.

En una segunda etapa se producen apariciones cíclicas de éstos síntomas y finalmente aparece una etapa de estabilización.

Llorar no solo es aceptable, sino saludable. No asustarse si no se puede llorar. El llanto es una expresión de dolor, pero no la única. No mide el amor hacia el hijo, ni es parámetro del dolor que provoca su ausencia.

Puede haber shock, momentos de bloqueo emocional, dando la sensación que las cosas le están pasando a otros. No asustarse, son mecanismos de defensa y pueden durar algún tiempo. Implica mucho esfuerzo, mucha paciencia, es el resultado de un duro trabajo personal que requiere decisión, voluntad y energía. Es intransferible. Implica dejar el porqué, para plantearse en el tiempo el para qué.

La sociedad espera que nuestra recuperación tenga fecha de vencimiento, pero generalmente esto no coincide con lo que nosotros sentimos.

Desde Renacer no manejamos la palabra resignación, puesto que no convalidamos lo que nos pasó, manejamos la aceptación, dado que nada podemos cambiar.

Por nuestra salud mental debemos reconocer el dolor, transcenderlo y dar un nuevo sentido a nuestras vidas.
Las fechas especiales, cumpleaños, aniversarios, festividades religiosas, vacaciones, son fechas muy duras y difíciles de transitar. Debemos hacer lo que sentimos, consensuando con nuestra pareja y nuestros hijos. Nos sirve que acepten nuestros deseos al respecto porqué de otra forma iríamos en contra de lo que verdaderamente sentimos.

Las etapas más comunes del duelo son:

1 – Negación y aislamiento: la negación nos permite amortiguar el dolor ante una noticia inesperada e impresionante, permite recobrarse. Es una defensa provisoria y pronto será sustituida por una aceptación parcial: “no podemos mirar el sol todo el tiempo”. Estamos ante una etapa de enorme desconcierto y ese desconcierto se manifiesta en todos nuestros actos. Quisiéramos quedarnos eternamente en la cama y que la muerte llegue hacia nosotros, pero esto no sucede y nos sentimos absolutamente desamparados.

2 – Ira: la negación es sustituida por la rabia, la envidia y el resentimiento; surgen todos los “por qué”. Es una fase difícil de afrontar para nosotros y todos los que nos rodean; esto sólo se debe a que la ira se desplaza en todas direcciones, aún injustamente. Solemos quejarnos por todo; todo nos viene mal y es criticable. Luego podemos responder con dolor y lágrimas, culpa o vergüenza. La familia y todos los que están cerca no deben tomar esta ira como algo personal para no reaccionar en consecuencia con más ira, lo que traerá hostilidad  de nuestra parte..

Los sentimientos negativos debemos trabajarlos, gastarlos, sin juzgarnos. Con el tiempo y el trabajo personal irán desapareciendo.
Parte de la tarea es perdonarnos y perdonar.

3 – Pacto: ante la dificultad de afrontar la difícil realidad, más el enojo con la gente y con Dios, surge la fase de intentar llegar a un acuerdo para superar la traumática vivencia.
La muerte de un hijo es la prueba más profunda que deben atravesar las personas de fe.
Surgen los planteos y cuestionamientos.

4 – Depresión: Cuando no se puede seguir negando nos debilitamos, adelgazamos, aparecen otros síntomas y nos vemos invadidos por una profunda tristeza. Es un estado, en general, temporario y preparatorio para la aceptación de la realidad en el que es contraproducente intentar animarnos y sugerirnos mirar las cosas por el lado positivo: esto es, a menudo, una expresión de las propias necesidades, que son ajenas a nosotros. Mirar positivamente en este estadío significaría que no deberíamos pensar en nuestro duelo y sería absurdo decirnos que no estemos tristes. Si se nos permite expresar el dolor, nos será más fácil la aceptación final y estaremos agradecidos de que nos acepten sin decirnos constantemente que no estemos tristes. Es una etapa en la que se necesita mucha comunicación verbal, se tiene mucho para compartir. Tal vez se transmite más acariciando la mano o simplemente permaneciendo en silencio a nuestro lado. Son momentos en los que la excesiva intervención de los que nos rodean para animarnos dificultarán nuestro proceso de duelo. Una de las cosas que causan mayor turbación en los padres es la discrepancia entre sus deseos y disposición y lo que esperan de ellos quienes lo rodean.
Son muchas las reacciones que aparecen ante la muerte de un hijo: físicas, emocionales, mentales, sociales, y espirituales.
En estos momentos es verdaderamente difícil poder ver más allá de lo que nos pasa, en algunas personas es tan fuerte la depresión que la familia cercana no alcanza y a veces es necesario una ayuda terapéutica.

5 – Aceptación: Quién ha pasado las etapas anteriores en las que pudo expresar sus sentimientos buenos y malos, contemplará el próximo devenir con más tranquilidad. No hay que confundirse y creer que la aceptación es una etapa feliz; en un principio está casi desprovista de sentimientos. Comienza a sentirse una cierta paz, se puede estar bien solo o acompañado, no se tiene tanta necesidad de hablar del propio dolor… la vida se va imponiendo.
Aceptar los distintos tiempos y formas de duelo en la pareja.
Las distintas necesidades.
Respetar el accionar de cada uno ante la muerte. Generalmente la mujer expresa más, el hombre se encierra en su trabajo.
Son propiedades curativas, los besos, las caricias, los abrazos e inclusive llorar juntos.
Hablar sobre las culpas que supone disfrutar del placer sexual.
Amor y valor fortalece la recuperación de la familia.
No ayuda no hablar del tema.
Ocultar sentimientos pensando en preservar al otro.
Juzgar o desvalorizar la forma de sentir ante la muerte.
La competencia a ver quién sufre más.

6 – Esperanza: es la que sostiene y da fortaleza al pensar que se puede estar mejor y se puede promover el deseo de que todo este dolor tenga algún sentido; permite poder sentir que la vida espera algo importante y trascendente de cada uno. Buscar y encontrar una misión que cumplir es un gran estímulo que alimenta la esperanza.

Como dije al principio soy la mamá de María José, pero también soy la mamá de Diego y de Mariana, casi 20 años en ese momento el primero y 10 años a punto de cumplirlos la segunda.
Ellos al igual que mi esposo salieron adelante, porque yo me propuse salir adelante y Renacer fue parte fundamental de mi crecimiento y de mi recuperación.
Sin Amor esto no hubiera sido posible, amor por mi hija fallecida, por mis otros hijos, por mi esposo, por mi familia y fundamentalmente Amor por todos los de Renacer que me acompañaron en este camino.
Mi hija Mariana a través de los años me agradeció lo que pude hacer con los despojos de mi vida y siempre me decía “Qué hubiera sido de nosotros si vos te hubieses dejado morir…
Es importante pensar en los hijos que nos quedan, a los que tenemos la suerte de tenerlos, es importante darles el lugar que les corresponde. Son tan valiosos como el hijo/a que se fue. Sufren por la pérdida de su hermano/ a y por ver a sus padres destruidos. Debemos ayudarlos con nuestro amor y sostenerlos en su dolor.

Llegamos a Renacer convocados por la muerte y nos quedamos por la vida.
Brindemos por ello, muchas gracias.

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